Agregué un principio hiper valioso al Manual de Usuario de mi vida: "me puede disgustar pero no lo tengo que descartar".
Puedo no disfrutar una actividad, una comida o una situación pero aún así puedo valorar los beneficios que tiene. Por ejemplo, aunque me disgusta correr (genuinamente no lo disfruto), los beneficios para mi salud son increíbles, los valoro, y los quiero tener.
¿Cuántos beneficios profundos de vida estamos dejando de lado porque descartamos inmediatamente el "vehículo" que los genera porque superficialmente nos disgustó?
Mi hija Antonia, de 5 años, es muy mañosa para comer. No prueba comida nueva, la rechaza sin siquiera probarla y cuando si prueba algo hay 99% probabilidad de que no le guste y lo descarte sin darle oportunidad. Estoy activamente trabajando con ella para enseñarle en la vida hay cosas que tienen muchísimo valor aunque de entrada no nos guste (va a ser un camino largo jaja).
Quiero inculcarle a Antonia una mentalidad donde pueda entender la diferencia entre el valor superficial e inmediato que tiene una comida (o actividad) y sus beneficios fundamentales y profundos a largo plazo. La idea es que pueda entender que aunque cierta actividad no sea entretenida al momento o un sabor no parezca delicioso inicialmente, sí pueden generar valores importantes para nuestra vida.
Para mí es un principio fundamental aprender a valorar que generan beneficios épicos a futuro aunque nos disgusten en el corto plazo. Es una habilidad y mentalidad que nos permite tener libertad en la vida para resolver problemas y aprovechar oportunidades a corto y largo plazo.
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