La monja Benedictina Joan Chittister le preguntaba a todas las monjas nuevas que llegaban a su monasterio: "¿Por qué oramos?"
Siempre recibía las mismas respuetas: glorificar a Dios o asprirar a perfeccionar la virtud o para entregar ese tiempo teológicamente a lo que más creían.
Chittister las escuchaba tratar de justificar ese hábito tan importante y acto seguido les ofrecía una respuesta que no esperaban: "No, se equivocan, rezamos porque sonó la campana."
"Rezamos cuando suene la campana, trabajamos cuando suene la campana, comemos cuando suene la campana y descansamos cuando suene la campana."
Esa respuesta suena como que se reza sólo por cumplir con una regla, ¿verdad? Pero yo tengo un análisis diferente. Chittister sabe que el trabajo que hacen las monjas y el tiempo de rezar de las monjas es valioso: produce cosas buenas para una comunidad y el trabajo en sí genera crecimiento en las monjas. Y también sabe que aún cuando sabemos que algo es tan importante la naturaleza humana, los hábitos y la vida diaria es compleja y podemos fallar.
Chittister sabe que necesitamos una estructura para hacer el trabajo difícil que no dependa de naturaleza humana y la campana es la mejor manera de construir esa estructura.
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